viernes, 21 de julio de 2017

Poema de Cairasco sobre el ataque holandés a Gran Canaria

Bartolomé de Cairasco y Figueroa, poeta de la isla que negoció con los holandeses, escribió entre sus poemas uno contando esta historia del ataque holandés.  Ojo, vienen spoilers ;) y luego los versos.




Resume la perdida de la ciudad y como los canarios pusieron en fuga a los holandeses en los bosques del Lentiscal. Alude a las armas: los holandeses atacan con "una selva de arboladas picas, y de mosqueteros innumerable”, "la lluvia de esmeriles (cañones) y mosquetes” obliga al fin a retirarse a los canarios, que son diez mil “bien armados” contra mil "con pocas armas, pocos arcabuces”. Tras ganar la ciudad y querer más, suben al monte cuatro mil soldados y muchos son muertos por los isleños "con lanzas y con leños”, viéndose obligados a retirarse.




PROSIGUE LA FAMA

Quiso probar sus fuerzas con Canaria
Holanda la soberbia y arrogante,
para lo cual con una gruesa armada
de ochenta galeones, que pusieran
en cuidado a Sevilla, y a Lisboa.

El asalto se dio en medio del año
de mil quinientos y noventa y nueve,
salieron los canarios a la orilla
a defender la Patria osadamente,
a ciento y treinta lanchas que venían
con una selva de arboladas picas,
y de mosqueteros innumerable.

Reverberando el sol en las celadas
que daban luz a los vecinos montes,
Y sin aver trinchera, ni reparo
llegaron los isleños valerosos
a medir las espadas, y las lanzas
con los determinados holandeses
que estaban en las lanchas; y aunque aquesto
de gran temeridad tuvo apariencia,
fue de valos un impero gallardo,
y celo de cristiana valentía.

Tiño el mar con una y otra sangre,
muriendo más flamencos que canarios,
la lluvia de esmeriles y mosquetes
al fin abrió camino en la ribera;
Y así desembarcó la infantería
pisando las arenas Fortunadas.

Diez mil flamencos bien armados todos,
y siendo apenas mil los defensores
con pocas armas, pocos arcabuces
convino y fue forzoso el retirarse
a la ciudad, y en esta retirada
fue milagro evidente no perderse
ni aún una vida, habiéndoles tirado
más de cuatro mil globos impelidos
de salitrado polvo los bajeles.

Ganan pues los milites de Holanda
para seguridad de sus navíos
el castillo del puerto, en breve espacio
a la ciudad que del está distante
dos millas poco más pusieron cerco,
haciendo sus reparos y trincheras.

El frágil muro defendió tres días
contra toda esperanza, poca gente
a la mucha enemiga, que batiendo
con nueve basiliscos, retumbaron
del aire, mar y tierra los confines.

Salváronse en aqueste bravo tiempo
de la ciudad riquísimos despojos,
y del carro del Santo más humilde,
y del fuerte a la Abuela consagrado
de nuestro Redentor, del rubio bronce,
se despidieron rayos que enviaron
a cenar con Plutón más de seiscientos.

La costosa ciudad al fin ganaron,
do poco más hallaron de las casas.
Y ardiendo en vivas brasas de corridos,
y de furor vencidos, por la tierra
entraron a dar guerra a los lugares
más de cuatro millares de soldados
valientes, y arriscados, y en un monte
las aguas de acheronte se gustaron,
de muchos que mataron los isleños,
con lanzas y con leños, y temiendo
aquel asalto horrendo los de Holanda,
y brava escurribanda, fue forzoso
volver con vergonzoso movimiento
a poco más de ciento las espaldas.

Con apuestas guirnaldas los Canarios
siguieron temerarios el alcance,
y al fin de lance en lance los llevaron
hasta que se embarcaron con afrenta
huyendo la tormenta de Canaria,
mostróseles boltaria la Fortuna,
rompiendo la columna de su gloria,
y así su vanagloria mal nacia
de vitoria vencida tuvo nombre.

Ganando este renombre esclarecido,
el Patrón referido, y con la honra
de Holandesa deshonra matizada,
quedó Canaria honrada y valerosa,
aunque algo perdida en edificios,
que estos son los oficios de vil gente,
vengar con fuego ardiente licencioso
lo que el brazo alevoso tan cobarde
no se atrevió, ni pudo aquella tarde.